Oraciones y liturgia
Oraciones y liturgia - Guía del año
litúrgico - El Rosario -
Novena a Ntra. Sra. de Atocha
Reseña de liturgia
La información que a continuación te presentamos está basada en los artículos publicados
en el Boletín de la Comunidad de Jóvenes Virgen de Atocha,
por Fernando Añorbe.
Año litúrgico
Vamos a ver cómo se estructura el AÑO LITÚRGICO: el año litúrgico, al contrario
que el año civil, no comienza el 1 de enero, sino unos domingos antes. Es un ciclo
de tres años, denominados, A, B y C, que se van repitiendo. Por ejemplo, ahora,
cuando comience el adviento, entraremos en el ciclo B. Los partes en las que se
divide son las siguientes:
- ADVIENTO: comienza cuatro domingos antes de la celebración de la
Navidad. En este período meditamos sobre lo que significa para los creyentes la
venida de Dios al mundo, a través de Jesús. En las lecturas de las misas se destaca
la figura de Juan el Bautista, que nos invita a prepararnos para esa venida. En
nuestras celebraciones el sacerdote se viste de morado (símbolo de penitencia y
recogimiento), se resalta en las celebraciones el acto penitencial, y se enciende
las lámparas de la Corona de Adviento, símbolo de que estamos preparados y en vela
para la venida.
- NAVIDAD: comienza el 24 de diciembre y termina con la fiesta del
Bautismo de Jesús. Durante este período celebramos la encarnación de Dios, por medio
de Jesús, que viene a vivir entre nosotros.
- CUARESMA: comienza el miércoles de ceniza y termina en la Semana
Santa. Esos cuarenta días (hasta el domingo de Ramos), que rememoran los cuarenta
días que pasó Jesús en el desierto, son un período de meditación profunda. Durante
la Semana Santa se rememora la Pasión y Muerte de Jesús. El jueves Santo rememoramos
la institución de la Eucaristía. El Viernes se recuerda la muerte de Jesús en la
cruz. Y el sábado meditamos sobre el sacrificio que Jesús ha realizado por nosotros
y nos preparamos para su resurrección.
- PASCUA: comienza con la Vigilia Pascual el Domingo de Resurrección
y termina con la fiesta de Pentecostés cincuenta días después. A los cuarenta días
celebramos la ascensión de Jesús al cielo. Y el día de Pentecostés celebramos la
venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles.
- ORDINARIO: Rellena el resto de los domingos del año que no están
incluidos estos periodos llamados fuertes. Son 33 ó 34 domingos, dependiendo de
como vayan cayendo los domingos del año. Son dos tramos: Desde el Bautismo de Jesús
hasta el Miércoles de Ceniza, y desde Pentecostés hasta el comienzo del Adviento.
El último domingo del tiempo ordinario se celebra la festividad de Cristo Rey, justo
antes del comienzo del Adviento.
Dentro del tiempo ordinario también existen festividades especiales de la Virgen
o de algún santo relevante que se celebra de modo especial.
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Navidad
Después del Adviento, tiempo de preparación que hemos estado viviendo con intensidad,
y sobre todo con mucha alegría, pues se acerca el nacimiento del Salvador, llega
el tiempo litúrgico de Navidad. Como veíamos en el anterior artículo, comienza el
24 de diciembre y termina con la fiesta del Bautismo de Jesús. Aunque es un período
relativamente corto de tiempo, es muy intenso, pues en él celebramos muchas fiestas
seguidas:
- La Natividad del Señor. Dios se ha hecho hombre en la persona de
Jesús. Viene a traernos la Buena Noticia. Es uno de los días más importantes del
año litúrgico. Es día de admiración y de contemplación; y sólo admirando y contemplando
tendrá sentido todo lo que luego podamos reflexionar. Por eso hoy es día de ponernos
cara a cara con el Misterio, y reconocerlo y admitirlo como tal; por muchas vueltas
que podamos darle al asunto, por muchas explicaciones que le demos, por muchos ejemplos
que pongamos para ayudar a nuestra imaginación y a nuestra compresión, el que Dios
se haga hombre siempre será algo que estará por encima de nuestra capacidad de comprensión
aquí y ahora.
- El domingo siguiente celebramos la festividad de la Sagrada Familia.
Jesús vivió en una familia, que es también lo más «normal». La familia nos ve nacer,
nos arropa, nos lleva de la mano, y procura transmitirnos lo que considera válido
para movernos por el mundo. Lógicamente los contenidos van cambiando, pero los principios
suelen ser los mismos. Celebramos esta Fiesta de la Sagrada Familia, la de Jesús,
María y José. Lo importante no es quedarnos acaramelados mirando la estampa, sino
descubrir lo que ellos nos aportan: su disponibilidad al amor de Dios, su entrega,
y su confianza para hacer frente a los problemas de cada día.
- El día 1 de enero se celebra la solemnidad de María, Madre de Dios
y Madre nuestra. No está mal fijarnos desde el principio en Ella, la llena de gracia,
y que su confianza, su respuesta a los planes de Dios nos muevan también a cada
uno de nosotros. Y con María otra fiesta importante: la Jornada Mundial de la
Paz. Pedimos que ese don que no sabemos muy bien cómo construir se
vaya haciendo realidad y dé origen al entendimiento, a la superación de la injusticia,
a la confianza entre personas y pueblos.
- Puede ocurrir que si coincide un domingo entre el día 1 de enero y la fiesta de
la Epifanía, como es el caso de estas Navidades, se celebre un domingo normal de
Navidad, sin más celebración que estar en Navidad, que no es poco.
- Más adelante se celebra el día 6 de enero la fiesta de la Epifanía,
la fiesta de la manifestación de Dios a toda la humanidad en Jesús de Nazaret. Conocido
más popularmente como El día de Reyes. Los Magos ofrecieron sus dones, pero recibieron
un regalo mucho mayor: el de reconocer en aquel Jesús niño al Enviado de Dios, el
de encontrar en él el sentido de sus vidas, la razón de ser de su esperanza, la
luz para caminar por el mundo, la alegría para llenar de gozo sus existencias. Se
encontraron cara a cara con Dios. ¡Casi nada!
- Por último, celebramos el Bautismo de Jesús el domingo siguiente
a la Epifanía. Comienza la vida pública de Jesús. Pasamos de los acontecimientos
entrañables de la Navidad al arranque de su vida pública. Es como si el mismo cielo
presentara en sociedad al Hijo del Cielo. El bautismo de Jesús nos conduce a asumir
hoy nuestro compromiso bautismal, a asumir libre y gozosamente nuestra condición
de bautizados. Algunos cristianos entienden su bautismo como una carga que sobre
sus hombros echaron sus padres. El bautismo es ante todo un don, una predilección
de Dios, una vocación a la fe. Creer en Cristo es comprometerse en la obra de la
promoción del pobre, de la liberación integral, de la justicia y de la paz; es dar
sentido y valor a la vida cotidiana sabiendo por qué y para qué amamos, es seguir
un camino que lleva a la consecución de la paz, a la transformación de este mundo
en un mundo de hermanos.
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Cuaresma
Origen histórico de la Cuaresma
No se sabe con precisión cuándo empezó a celebrarse la Cuaresma. En el siglo IV
ya hay textos suficientes que nos hablan de la cuaresma. El origen está en la práctica
literal de los cuarenta días de ayuno y abstinencia de Moisés, de Elías y sobre
todo de Jesucristo, que probablemente, ni son cuarenta ni son días, sino números
simbólicos. Los padres griegos al traducir los números simbólicos de la Sagrada
Escritura, los tomaron como si fueran números en serio. Lo que fue una escenificación
simbólica de plenitud, lo convierten en una especie de liturgia de días numerales.
Para los primeros cristianos, lo más importante era la vigilia pascual y luego la
cincuentena pascual, el pentecostés. Luego, poco a poco se fueron añadiendo algunos
días. Primero los de la Semana Santa, y luego algunas semanas. La idea fue adelantar
la preparación a la Pascua y esto es plenamente actual. La cuaresma no tiene un
fin en sí mismo, sino que es una dinámica de preparación, de avance hacia la Pascua.
El Concilio Vaticano II
El Concilio Vaticano II, se ha tratado de dar a la cuaresma un carácter de preparación.
Ya que si no hay una preparación, la vigilia pascual se nos escapa, pierde su sentido
y recordemos que la Pascua es el eje central de todo el año litúrgico y de toda
la vida cristiana.
La cuaresma nos ubica en la construcción del Reino. La cuaresma es época de conversión,
de cambio profundo en donde siempre está presente el horizonte de la muerte y le
resurrección. La experiencia cuaresmal nos permite hacer un balance de nuestras
vidas. Y nos podemos preguntar: ¿cómo hoy día nos preparamos para celebrar la Pascua?
¿A qué responde ese vacío que sentimos?
Sin la cruz, la resurrección es idealista
Necesitamos celebrar más profundamente la Resurrección, no como un hecho aislado,
triunfalista y desencarnado de la vida cotidiana. Tenemos que darle un profundo
sentido a la muerte de Jesús que conmemoramos el Viernes Santo. Se tiene una concepción
mágica de la redención y en el fondo se elimina lo escandaloso de la cruz histórica
de Jesús. Nos señala el teólogo Jon Sobrino que "sin la cruz la resurrección es
idealista; la utopia de la resurrección cristiana sólo se hace real desde la cruz".
Cristo, dándolo todo, la muerte no puede quitarle nada
La muerte de Jesús rompe con toda la visión que hasta entonces se tenía de Dios.
Jesucristo resucitó porque dándolo todo, la muerte ya no puede quitarle nada. Es
una experiencia profunda de entrega total y esta experiencia es la que nosotros
como cristianos tenemos que vivir. Cristo murió en la cruz para eliminar nuestro
pecado y todas las injusticias sociales que producen y fomentan el pecado. A Dios
se llega desde la Cruz de Jesús y no a la inversa.
Cristo murió por nosotros, pero no para tenerle pena. Lo que nos ha dado Jesús es
morir pero para vivir y la vida hay que saber celebrarla. Sin embargo esto no significa
que minimicemos el sentido de la penitencia, no; de ahí la importancia del ayuno
y la abstinencia.
Vamos a ver escuetamente la estructura de la Cuaresma. Comienza con el Miércoles
de Ceniza, luego vienen cinco domingos, en los que se potencia el sacramento del
perdón, donde, al igual que en Adviento, aparece el color morado, donde se ve que
la Iglesia está menos adornada que en otras ocasiones. A continuación viene el Domingo
de Ramos, donde se rememora la entrada de Jesús en Jerusalén. Y entramos en la Semana
Santa. En ella destacamos el Jueves Santo, Día de Amor Fraterno, donde Jesús instaura
la Eucaristía, donde se destaca el servicio a los demás. En el Viernes Santo recordamos
la muerte de Jesús en la Cruz. Y por fin, el Sábado Santo por la noche, Jesús resucita,
es por eso que celebramos la Vigilia Pascual, y entramos en la Pascua. Ampliaremos
en detalle la información específica de la Semana Santa en el próximo artículo.
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Semana Santa
- Comienza el Domingo de Ramos, donde rememoramos la entrada triunfal
de Jesús en la ciudad Santa de Jerusalén, la ciudad que unge a los reyes y mata
a los profetas. Entró aclamado por los niños de Dios, por la gente sencilla, por
sus discípulos y amigos, que decían: Hosanna a Dios, viva el hijo de David. Se lee
la Pasión, que nos ayuda a entender que la condena injusta de Jesús no ocurrió por
accidente, sino que fue conocida y aceptada con antelación por Jesús. Y nos prepara
para lo que va a venir a continuación, durante el jueves y el viernes.
- Saltamos al Jueves Santo, en el que se celebra la Cena del Señor.
Fue un momento culminante en la vida de Jesús, que llegó a decir que deseaba intensamente
que llegara este momento. Decimos culminante porque el amor llegó a su culmen, hasta
el extremo. La Cena del Señor también es culmen para la vida cristiana, porque durante
siglos ha alimentado su fe, su caridad y su esperanza. En este momento se instituye
la Eucaristía, es por eso que la celebramos todos los domingos, y también se instituye
el Sacerdocio.
También celebramos el Jueves Santo el Día del Amor fraterno, porque es en este día
donde aprendemos las más hermosas lecciones sobre el amor, por ejemplo en el servicio
a los demás. Jesús interrumpe la comida y comienza, sin decir nada, a lavarle los
pies a los discípulos. Lavar los pies era un oficio reservado para los esclavos.
Los invitados al banquete esperaban a que algún sirviente les quitaran las sandalias
y les lavaran los pies.
- Llegamos al Viernes Santo. En este día rememoramos la muerte de
Jesús en la cruz. Se vuelve a leer el relato de la Pasión, donde se narra con detalle
todos los sufrimientos que recibió Jesús hasta llegar a la cruz, donde muere. La
crucifixión era la máxima pena que imponía el imperio. Era un castigo tan denigrante
que estaba reservado únicamente para los esclavos que se rebelaban contra el gobierno.
Jesús muere al estilo de los sediciosos y revoltosos.
El testimonio de Jesús les hizo comprender que el camino de la cruz no era de ultraje
y maldición, sino una manera radical de optar por la justicia y la paz. La cruz
se convirtió, con el tiempo, en el símbolo de los cristianos.
Hay que decir que el Viernes Santo es el único día del año en que se venera la cruz.
También recordar que el viernes también se celebra de manera especial el Via Crucis,
en el que se recuerda el camino del calvario que realizó Jesús.
- Llegamos al Sábado Santo, día de reflexión y de preparación para
la fiesta culminante de los cristianos: la Vigilia Pascual. En ella vamos a gritar
la gran noticia: "CRISTO HA RESUCITADO". Y Cristo se hace presente en nuestra reunión
y nos hace participar de su vida resucitada.
Es una noche santa, en la que se abren las fuentes de la gracia. Se lavan todos
los pecados. El agua y la sangre. El bautismo y la Eucaristía. Todo huele a vida
nueva del Espíritu. En esta noche se bendicen el fuego, que nos iluminará durante
todo el año en el Cirio Pascual. Se bendice también el agua, símbolo de renovación.
Y a partir de este momento y durante cincuenta días celebraremos la Pascua. Pero
de ella hablaremos en el próximo artículo.
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Pascua
El Tiempo Pascual comienza el Domingo de Resurrección, aunque realmente
hemos iniciado el Tiempo Pascual con la celebración de la Vigilia Pascual, esa noche
en que todo huele a nuevo, en que todo brilla con una luz especial. ¡CRISTO HA RESUCITADO!
Hemos renacido a una nueva vida.
Bien, la Pascua es un período de cincuenta días, en los que todo es gozo, es alegría.
Es un tiempo en el que se nos recuerda nuestra misión evangélica, de su importancia,
porque somos los herederos del mensaje de Jesús. Debemos ser para los demás al igual
que Jesús es luz para nosotros. Consta de seis domingos (contando el de resurrección),
para a continuación celebrar la festividad de la Ascensión del Señor y la Pascua
de Pentecostés.
Durante los domingos de Pascua las lecturas que se proclaman nos hablan intensamente
del Espíritu, de su fuerza. Nos cuentan como eran las primeras comunidades cristianas,
como vivían poniéndolo todo en común. Se nos habla de Jesús como el Buen Pastor,
como la Vid donde crecen los sarmientos, que somos nosotros, y donde Dios es el
segador que recoge la cosecha.
Nos recuerdan también el mandato del amor: "Como el Padre me ha amado, así os he
amado yo, permaneced en mi amor". Y "Que os améis unos a otros"
El domingo siguiente al sexto domingo de Pascua se celebra el día de la Ascensión
del Señor. Día muy importante donde se nos vuelve a recordar de manera
especial nuestra misión de predicación del Evangelio, donde Cristo es un gran argumento
para nuestra esperanza. Jesús asciende al cielo y parece que nos quedamos solos,
pero Él nos deja el Espíritu Santo como impulsor de nuestras acciones.
Y por fin el domingo siguiente es la Pascua de Pentecostés, donde
Dios derrama su Espíritu sobre la debilidad humana para darle fortaleza. Al sentir
el Espíritu, los hombres de todas las lenguas comienzan a entenderse. Ése es el
principio de la Iglesia, la que reúne a los pueblos dispersos. La vida del Espíritu
es libertad y verdad. Así, el que vive en el Espíritu puede sentirse enteramente
libre de todo yugo y de toda ley, pero muy atado a la exigencia del amor.
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Pentecostés
El Domingo de Pentecostés es la fiesta del Espíritu Santo. Esa fuerza irresistible
que nos hace penetrar en el sentido de las cosas y nos empuja hacia la plenitud.
Habitados por el Espíritu somos hombres nuevos impulsados a construir el mundo en
los caminos de la fraternidad y el amor. El Espíritu Santo es el propio Dios en
cuanto próximo a los hombres y al mundo. Es la proximidad personal de Dios a los
hombres. Por los caminos del año 2000. ¿Cómo poder experimentar hoy la fuerza y
la luz del Espíritu? ¿Dónde está hoy la presencia del Espíritu en la Iglesia? El
Espíritu y la vida se entrecruzan. Hay que evolucionar, ir hacia dentro y hacia
lo alto, porque en el inmovilismo no está el espíritu.
Muchas veces hemos oído hablar sobre la necesidad de aires nuevos. Para el cristiano
todos los días tenían que ser jornadas de puertas y ventanas abiertas para el Espíritu.
No debemos poner nunca murallas a la libertad y al espíritu. Necesitamos como algo
extraordinario que removiera esta perfecta monotonía de todos los días. La monotonía
se rompe con un alma dentro de la vida de cada día. Un espíritu, algo o alguien
que desde él mismo, centro de nuestro ser, nos adentrara en otros caminos y en otros
cielos. La voz y la conciencia de la paz, de la reconciliación y del perdón es como
un espíritu fresco para un nuevo milenio, una llamada a una nueva construcción cristiana
según el Espíritu de Jesús. El Espíritu nos convoca a otros caminos con unos nuevos
lenguajes.
Hoy hablar de «espíritu», «de cosas del espíritu», de «espiritualismo», es hablar
de palabras superfluas, como condenadas al fracaso, en este mundo nuestro donde
aparentemente no existe otra realidad que la corporeidad, las realidades físicas
y constatables, lo que se toca y pesa. Una gran parte de hombres y mujeres de nuestro
tiempo viven en desarmonía consigo mismos, sin una fuerza interior que unifique
sus vidas y que les regenere desde lo más interior de sí mismos. Los creyentes siempre
han reconocido al Espíritu como una fuerza regeneradora. Hoy, en un tiempo de tantos
vacíos existenciales, se habla de otras tablas de salvación, de espíritus, de energías,
de una cierta energía positiva. Muchos vientos para muchas adivinanzas. A lo mejor,
para comenzar un nuevo siglo, eran ya palabras vacías y sin sentido hablar del Espíritu.
Y sin embargo es el Espíritu, esa otra dimensión vital, la que mueve la vida, el
avance y el progreso de la vida hacia la libertad.
El Espíritu, un alma que lo envuelve todo, que nos hace caminar para encarnar a
Jesús en la realidad de cada día. Muchas veces en nuestra vida habíamos sentido
como un impulso, como algo que se movía en nuestro corazón. Un ruido que despierta,
un viento que empuja, una llamarada que ilumina y calienta. ¿Acaso corren malos
vientos para el Espíritu? El mundo sin espíritu es como el sin sentido de una fuente
seca, seca.
Así de bellamente se expresaba Ignacio IV Hazin, patriarca de la Iglesia greco-ortodoxa
de Antioquía: «Sin el Espíritu, Dios está lejos, Cristo pertenece al pasado, el
evangelio es letra muerta, la Iglesia es una simple organización, la autoridad es
dominio, la misión es propaganda... Pero, en el Espíritu, el cosmos bulle y gime
con los dolores del Reino, se hace presente Cristo resucitado, el Evangelio es fuerza
de vida, la Iglesia significa la comunión trinitaria, la autoridad servicio liberador,
la misión es Pentecostés».
El envío del Espíritu en Pentecostés es algo completamente nuevo: es la interiorización
en la conciencia limitada del hombre de la acción pascual de Jesucristo que, históricamente,
es única. El Espíritu Santo le es dado siempre a la Iglesia. A pesar de la crisis
que sacude a la Iglesia, algunos no titubean en hablar de un nuevo Pentecostés.
Pero no basta con referirse al Espíritu Santo en relación con todo y en todo momento.
También es preciso discernir los signos auténticos del Espíritu, siguiendo la recomendación
de San Pablo: «No apaguéis; la fuerza del Espíritu; no menospreciéis los dones proféticos.
Examinadlo todo»
En la actualidad podemos discernir dos grandes tipos de signos del Espíritu en la
Iglesia: por un lado están todas las iniciativas de la caridad cristiana al servicio
de la liberación del hombre; por otro lado, están todos los signos del Espíritu
que acompañan la renovación carismática en el mundo.
En este nuevo vivir, apegados a tantas cosas, sujetos a tantas dependencias, el
aire del Espíritu nos debe llevar a sentir la necesidad de una descodificación total
de las cosas y a sentir la grandeza y, la riqueza de la libertad, desde la fuente
inagotable de una libertad interior, una fuerza interior que nos arrastre a no dejar
apagar nunca en nosotros el Espíritu, la vida del Espíritu. El Espíritu de Dios
y de Cristo es fundamentalmente un Espíritu de libertad. «En esta libertad innumerables
desconocidos han encontrado valor, apoyo, fuerza y consuelo en sus grandes y pequeñas
decisiones. El Espíritu de la libertad es así, el Espíritu del futuro que orienta
a los hombres hacia delante, no a un más allá consolador, sino a un presente comprometido
en el mundo de cada día hasta que llegue la consumación final, de la que ya tenemos
en el Espíritu una garantía». (H. Kung).
Con el Espíritu podemos caminar con serenidad e ir hacia la conquista del hombre
interior. Solamente desde el Espíritu podemos cambiar nuestro paisaje interior y
ser trasformados en unos hombres nuevos. La fuerza del Espíritu. Solamente desde
el Espíritu es posible la renovación de la vida de cada día y el caminar hacia la
plenitud.
Es en la fuerza del Espíritu como tantos hombres se están jugando hoy la vida, por
predicar el Evangelio y servir a sus hermanos. No nos falta hoy el Espíritu Santo.
Sigue vivo en la Iglesia. Sigue habiendo Pentecostés.
(Este apartado se ha extraído de un artículo de Felipe Boreau en la revista (Dabar)
para la festividad de Pentecostés)
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Eucaristía
Vamos a ver en este artículo las distintas partes en las que se divide la Eucaristía.
- Por supuesto comenzamos con los RITOS INICIALES.
Estos ritos tienen la finalidad de introducir a la celebración, de romper con la
pasividad y crear el clima festivo propio, porque estamos celebrando una fiesta.
Ayudan también a identificarse como creyentes y a sentirse asamblea eclesial.
Se comienza con un canto de entrada de carácter festivo mientras llega el ministro
o los ministros al altar. Una vez allí el sacerdote o sacerdotes besan y veneran
el altar.
Luego se realiza el saludo. En la liturgia hay dos saludos: la señal de la cruz,
el saludo cristiano; el segundo saludo es con palabras de fe, puesto que estamos
reunidos en el nombre del Señor.
Se continúa con el acto penitencial. En este momento nos reconocemos como pecadores.
En los domingos y fiestas se alaba de una manera especial al Señor rezando o cantando
el Gloria. Es un himno de alabanza a Dios, de adoración, de acción de gracias y
glorificación a la Trinidad (por si alguno anda despistado la Trinidad es: El Padre,
el Hijo y el Espíritu Santo, tres personas en una).
Se terminan los ritos iniciales con la oración colecta. "collecta" en latín significa
reunida, congregada. La comunidad, que ha ido entrando en el clima celebrativo,
concluye con las palabras de quien le preside, que dice: "Oremos", hace una pausa,
y recita la oración.
- Después de los Ritos Iniciales pasamos a la LITURGIA DE LA PALABRA.
En este momento pasamos a celebrar la Palabra de Dios. Mirar que ponemos celebrar,
no escuchar. Para los cristianos en muy importante CELEBRAR la Palabra, y eso se
tiene que notar en nuestra actitud y nuestra atención. Porque la Palabra recuerda
y actualiza la fuerza salvadora de Dios a lo largo de la Historia, incitando a responder
y a acogerla en la propia vida, personal y comunitaria.
En algunas eucaristías puede haber moniciones a las lecturas, que nos facilitarán
la escucha de la Palabra y su comprensión.
Generalmente la primera lectura es del Antiguo Testamento, salvo en Pascua, que
es de los Hechos de los Apóstoles. Durante el Tiempo Ordinario está relacionada
con el Evangelio.
Hay que destacar de una forma especial el Salmo Responsorial. Es el elemento lírico,
de meditación y respuesta a la Palabra de Dios. Respondemos a Dios, que nos habla,
con las mismas palabras de la Escritura, y así nos unimos a los sentimientos de
alabanza, de arrepentimiento, de acción de gracias, de petición, con los que se
ha ido forjando, en gran medida, la fe de la Iglesia.
La segunda lectura es de las cartas o escritos del Nuevo Testamento. En el tiempo
ordinario trata un tema diferente al Evangelio.
En los tiempos fuertes, todas las lecturas giran en torno al mismo tema.
El Evangelio tiene un relieve especial dentro de la Liturgia de la Palabra. Son
las mismas palabras de Jesucristo que se dirigen a la asamblea, por eso tiene un
carácter propio. Es por eso que se proclama con la asamblea en pie, la lee el presidente
de la asamblea, tiene un saludo distinto, se realiza la señal de la cruz y se termina
con una aclamación diferente al resto de las lecturas.
A continuación viene la homilía, donde el sacerdote explica algún aspecto particular
de las lecturas que se han proclamado. Es una proclamación, explicada y adaptada,
de la fe cristiana, del anuncio del Evangelio, de la fe de la Iglesia.
Después de la homilía viene la Profesión de fe. Es un elemento de comunión con el
resto de los cristianos, y nos recuerda que la fe es una obra concreta que Dios
ha realizado en los hombres. Existen dos fórmulas: El credo niceno (largo) y el
credo apostólico (corto). En ocasiones también se puede hacer con la forma dialogada,
como se realiza en la Vigilia Pascual.
Para concluir la Liturgia de la Palabra, se realiza la Oración de los fieles, donde
el pueblo de Dios reunido presenta ante Dios al mundo y sus necesidades. En este
momento se pide por la Iglesia y las necesidades de su misión, por los dirigentes
y la vida del mundo, por que pasan alguna dificultad y sufrimiento y por la comunidad
local.
- LITURGIA DE LA EUCARISTÍA.
Comienza con la preparación de los dones, también llamado ofertorio, donde se trae
a la mesa el pan y se prepara el cáliz con el vino.
A continuación, cuando la mesa ya está preparada, hacemos la acción de gracias,
también llamada Plegaria Eucarística para alabar y bendecir al Padre, la misma oración
que hizo Jesús a su Padre en la última cena, y que nos mandó hacer a sus discípulos.
Está estructurada de la siguiente manera:
- Alabamos a Dios y le damos gracias por todo lo bueno que nos ha dado y, muy especialmente,
porque nos ha dado a Jesucristo. Entonces cantamos el Santo.
- Luego rogamos al Padre que envíe su Espíritu Santo sobre el pan y el vino para que
los transforme en el Cuerpo y la Sangre de Cristo y así poder celebrar y comer la
misma cena que nos mandó hacer.
- A continuación recordamos al Padre lo que hizo Jesús en la última cena la noche
en que iba a ser entregado por nosotros, como nos mandó Él hacer en recuerdo suyo.
Es ahora cuando el pan y el vino se transforman en el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
- Se lo ofrecemos al Padre como sacrificio nuestro y de toda la Iglesia.
- Rogamos al Padre que envíes su espíritu Santo sobre los que vamos a comulgar con
el Cuerpo y la sangre de su Hijo, para que nos transforme en lo que comemos.
- Luego recordamos al Papa y a nuestro obispo y, en unión con la intercesión de Jesucristo
ante el Padre, pedimos por ellos y por todos los ministros de la Iglesia, por todos
los cristianos y por los difuntos.
- Y terminamos con una alabanza, una gran aclamación al Padre, por medio de Jesucristo,
y en comunión con Jesucristo: Por Cristo, con Él y en Él...
Ahora pasamos participar de la mesa del Señor, a la Comunión. Para ello nos preparamos
así:
- Rezamos el Padrenuestro.
- Luego el sacerdote, imitando el Señor cuando se mostró resucitado a sus discípulos
reunidos, nos invita a experimentar la paz y la comunión con Dios mediante un gesto
de comunión fraterna.
- A continuación el sacerdote realiza los mismos gestos con los que Jesús expresó
su entrega por nosotros: parte el pan para poder repartirlo entre todos. Mientras
lo parte todos invocamos al Señor con el Cordero de Dios.
- Muestra un trozo del pan eucarístico y nos invita a experimentar la comunión sacramental.
Finalmente nos acercamos juntos, con respeto y devoción, a recibir el Cuerpo (y
la Sangre) de Jesucristo. Después de comulgar, en silencio, pensamos que el Señor
está con nosotros y se entrega por nosotros. Luego, de pie, el sacerdote dice la
oración que concluye nuestra comunión.
- RITO DE CONCLUSIÓN.
Como al principio, también ahora, el sacerdote nos manifiesta con sus palabras la
bendición de Dios que nos ha de acompañar siempre. Después nos despide en la paz
de Dios.
Y luego... volvemos a la calle, a nuestra casa, a la escuela, con los amigos...
intentando vivir el mismo amor con el que nos ama Jesucristo, recordándolo como
el Señor que está siempre junto a nosotros, como el mejor amigo con quien contar,
a quien hablar y de quien hablar.
Fernando Añorbe
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